ES - Monterrey Yanes, Pino; Coexistencias: Latitudes y Longitudes de Eberhard Bosslet, 2009


En los ejes imaginarios que marcan el trazado de Las Palmas, el Centro de Arte La Regenta, la II Bienal de Arte, Arquitectura y Paisaje y sus “Coexistencias”, una amalgama de artistas dispares que reflexionan a su manera sobre el paisaje. Eberhard Bosslet no ocupa un puesto de honor en el recorrido expositivo. Tan solo tres pantallas aisladas con material fotográfico digital ocupan una de las paredes del centro, justo en las latitudes y longitudes de un nuevo sistema de coordenadas estético.
28º 6’54.19’’N; 16º28’39.87’’W, una aproximación al paisaje de Tenerife que no sale en los inventarios de arquitectura ni las guías turísticas, a través de un pequeño gesto a color, un signo gráfico que subraya el territorio inhóspito que lo envuelve, la firma invisible de Eberhard Bosslet. El muralismo ha reducido aquí sus principios subversivos a sus ingredientes mínimos. Un mapa atravesado por un sinfín de vías nos sirve de otero, colocándola a la vista de todos, al aire libre, al alcance de cualquiera, en contraste con el azul puro del cielo y el viento que se adivina como telón de fondo y que modelarán el aspecto último de su obra hasta que la hagan desaparecer.
La ruina decimonónica ha alterado hace años sus premisas básicas, los géneros artísticos tradicionales se han aburrido de tanto esperar reformulaciones válidas a largo plazo. El arte ha fracasado una vez tras otra pero de sus escombros se han reinventado los nuevos lenguajes estéticos. Gran Canaria, 28º7’48.33’’N; 15º28’31.55’’W, líneas sinuosas que bordean el espacio circunscrito entre la artificiosidad pretérita de la arquitectura y el medio antropizado que la destruyó. Expulsadas hace tiempo las personas sobran, el muro y su alto componente gestual es el único interlocutor válido, medio, forma y fin artístico del paisaje.
28º57’53,63’’N; 13º40’38,78’’W, la intervención del espacio supone una transformación de sus programas de uso tradicionales ya perdidos para siempre, un reencuentro con los muros desconchados, piedras, eras y aljibes abandonados de Lanzarote, paredes absurdas carentes de su función primigenia, aferradas todavía al mundo que les rodea, que Bosslet ennoblece de un nuevo sentido estético. De nuevo el ascetismo de las líneas blancas y puras dibuja el suelo, dirigen el itinerario de la mirada a través de un espacio bien definido de antemano, que proporciona un efecto concreto, portador de los significados de las nuevas poéticas estéticas.
La semántica prima por encima de otras connotaciones formales en la obra de Eberhard Bosslet canalizada a través de medios elementales. Sus intervenciones esconden una crítica encubierta al abandono de las periferias urbanas, alejada de todo dramatismo, socavando -sin quererlo- los propios cimientos de la bienal: el despilfarro de los recursos para la puesta a punto del género del paisaje en Canarias, propiciada por los mismos que están acabando con él.